Sentada en un banco, con una maleta vieja donde he guardado mil estrellas,
una por cada noche que vivo sin ti.
Abriga mi piel un puñado de huesos heridos de frío y soledad.
Veo pasear por el parque, felices, las niñas, jugando, comiendo helados de primavera.
Envidio la luz que atrapa las mariposas y persigo su juego infantil.
Toco la madera de mi asiento, noble árbol que cobija mi cuerpo,
mientras las palomas, glotonas se posan sobre mi hombros,
buscando en los ojos y en la boca mi pan y mi silencio.
Ese que tantas noches regalé en la casa de las olas,
de jardín despeinado por el mar, de paredes llenas de sal y muchachos jóvenes
esos que mi vientre acunó con canciones de verano.
Ha llegado el otoño al parque,
soplan remolinos y los vientos levantan las hojas que van a morir.
No se a dónde van.
No pueden correr mis piernas vestidas de invierno, de tiempo, de olvido.
No pueden correr tras la mariposa, ni perseguir a las palomas,
ni a los niños,
ni a mi espíritu,
que ya se va.
Me encantó este poema. Saludos cordiales.
ResponderEliminarGracias Ramón, como siempre es muy agradable saber de tí. Un beso.
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