Contemplando el atardecer tardío de verano, suelo pasar algunos días.
Desde aquí, el prismático por el que se ve el mundo es terriblemente pequeño, pero eficaz.
Yo siempre pensé que había otras cosas muy distintas y, sobre todo, grandes.
Tan grandes que mi espíritu sanaría a fuerza de tanto respirar espacio y luz.
Quizás aún no ha llegado el momento en el se me de el regalo de la paz y la libertad.
Aún sigo luchando contra mi voraz conciencia y sigo teniendo por alas dos brazos:
famélicos e incapaces de abrazar el cielo.