viernes, 28 de junio de 2013

Escucha

El cielo.
Digo que mires el cielo,
cómo las estrellas iluminan las olas derramadas.
Mira las nubes
cómo se transforman,
cómo se encaprichan
¿No recuerdas cuando eramos niños y,
tumbados en la arena las llamábamos flor,
acacia, liebre, ángel?

El cielo.
Digo que levantes la cara y veas
que no se ha ido,
los pájaros siguen volando,
el viento sigue soplando.

El mar.
Te digo que mires el mar,
que te mojes los pies,
pero despacio,
en este mar cubierto de noches.
¡El mar!
Y tu no me escuchas
con la cabeza agachada caminas
por las calles estrechas de tu larga
y próspera vida.
El teléfono a la oreja derecha,
la música en la izquierda.
Y no me escuchas
con paso rápido entras en tu casa,
o en tu trabajo,
o en tu bullicio,
mirándote el pelo en el ascensor
¡qué bonito me ha quedado!
Pero, yo te digo que mires el mar,
o la montaña, o los ríos, o el corazón
de quien te espera.
Y tú no escuchas.

martes, 25 de junio de 2013

Dime

Dime,
¿de qué color es el mar del norte?
¿hay estrellas allá donde vives?
Dime si la gente es igual,
sus dos ojos, sus diez dedos
allá donde duermes y,
¿duermes entre sábanas?
¿qué arropa tus noches de invierno?
No entiendo
¿cómo puedes vivir tan lejos?

La Casa del Guardia (a mi madre)

Camino por la avenida que besa el mar
con la pasión del primer amor y, sin embargo,
han envejecido juntas
puestos de flores y gaviotas.
Los árboles siguen ahí,
milagro de la paciencia, con sus robustos brazos
alargados hacia los edificios que me contemplan.

Tú también estuviste aquí, conmigo,
caminabas sin mirar atrás
envuelta una capa de historias y desafíos.
Tú me llevabas, luego yo,
con mis pies aún pequeños, vagaba
entre los barriles preñados de risas y estrellas
persiguiendo ratones que merendaban vino dulce.
Tú mientras, te envolvías en noche.
Y cuando llovía, solía correr debajo de tu falda
al ritmo de tus piernas largas.
La calle mojada, resbaladiza, reflejo de miradas,
de gente.
Anduve por esta avenida entonces
igual que ahora, adivinando las olas,
esta avenida que también me observa
desde un rincón de mi memoria
de pasos torpes,
de bombillas amarillas,
de aquella ventana donde un bebé reía
los cuentos que los hombres, alegres,
le contaban.