No sé cómo amanece casi nunca,
da miedo el tiempo,
le busco las curvas y el color exacto de los cabellos.
Desde aquí espero, tras la cortina,
que el sol se asome sobre los cables.
Un autobús se detiene por las calles
del amanecer
con el último pasajero, apenas un insecto
por el pasillo abombado de las prisas.
La ciudad se alarga, mastica
con su lengua partida
lo vivido en el amanecer.
El pasajero, con su bolsa de silencios,
se mima las rodillas
por las que escalan sus ojos secos.
No veo cómo muere la noche
casi nunca,
sin embargo hoy espero su agonía
dentro de este este autobús
que atraviesa sin aliento
el amanecer.