Yo nunca conocí
la sorpresa amanecida del vientre blanco,
ni el estupor de precisar tanto
de unos brazos.
Yo nunca conocí así
tus labios recorridos por el impacto del fuego,
ni tus ojos derramando escarcha.
Porque aquí,
bajo las olas la luz
trae diminutas nubes, vientos cálidos, alas de gaviota.
Pero nunca copos de silencio,
ni rugidos solitarios,
ni el desnudo esqueleto del árbol.
Carta de amor
Querido amigo,
lo que más necesito y deseo ahora en este instante en el que lees estas líneas es que me cojas la mano con la suavidad de los niños.
Cualquier otro día podría decirte: te quiero. Pero hemos de conmemorar cada segundo de la vida; es decir, estamos aquí, aunque apenas hay sitio en el mundo, aunque apenas podemos movernos, estamos aquí.
Me dirijo a ti, como la espuma a la roca:por la violenta seducción que tiene el musgo tierno, apegado a cada rincón, y me meto en cada grieta y te busco en cada gota.
Lo que más deseo ahora es que me beses, como sólo besa el niño que salta en ti.
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